Bitácora de viaje: Un día abriendo camino – parte 2 de 2

Un día abriendo camino – parte 2 de 2

Por M. Clara Lamberti

 

En el primer día en el volcán Callaqui, la retirada debió ser rápida. No había un minuto para mirar atrás: no era conveniente que nos agarrara la noche en medio de estos flancos cubiertos de hielo, con grietas tan profundas que no veíamos su fin. El frío intenso, glaciar, que acompañaba la caída de la tarde, incentivaba a apurar el repliegue. Lo logramos. Y arribamos al campamento, otra vez, de noche.

A la mañana siguiente fue necesario partir mucho más temprano, ir más rápido y, lamentablemente, sacar menos fotos. Esto último era, por mucho, lo más difícil. Lejos. El grupo se dividió en dos: una parte se dedicó a tomar muestras de las aguas de pequeñas lagunas que se encontraban sobre los flancos del volcán y la otra se dirigió nuevamente al cráter a tomar muestras de aquellas fumarolas calientes y ácidas, agresivas, que a cambio de unas muestras en ampollas de vidrio, se cobraron algunos pantalones y camperas, generando costras de azufre, agujeros en las telas, e impregnando a la ropa de un olor a huevo podrido que, como cualquier volcanóloga o vulcanólogo sabe, no se irá jamás.

Las fumarolas que emite esta isla caliente en medio de la cubierta de hielo glaciar, rodeadas de sublimados amarillos de azufre nativo, daban lugar a un paisaje de un contraste tal, que quedó guardado en mi retina como una de las curiosidades más hermosas que tuve la suerte de ver.

 

Fumarolas rodeadas de hielo.

 

Fumarolas rodeadas de hielo.

 

Los gases eran tremendamente ácidos. No permitían respirar sin máscara ni ver sin antiparras. Las fumarolas se emitían a temperaturas de entre 120 y 180ºC. Los suelos se encontraban a temperaturas de entre 27ºC a 78ºC, y probablemente a más.

 

Vulcanólogas y vulcanólogo tomando muestras de las fumarolas.

 

Una de las lagunas de los flancos del volcán Callaqui muestreadas.

 

El segundo día nos permitió hacer casi todo lo que no pudimos hacer en el primero. Los 7 integrantes del equipo nos volvimos satisfechos con el trabajo que hicimos y, más importante aún, volvimos sanos y salvos y con una gran experiencia encima.

Pocos días después me encontraba nuevamente amaneciendo en mi casa, tomando el colectivo a Ciudad Universitaria y trabajando en la oficina. Feliz de saber que me ha tocado hacer esta vida y esta carrera en el cono sur de Sudamérica. Y que, ojalá, habrán muchos Callaquis más.