Bitácora de viaje: El cráter olvidado y en busca de Las Mellizas: extractos de una campaña Patagónica – parte 1 de 2

El cráter olvidado y en busca de Las Mellizas: extractos de una campaña Patagónica – parte 1 de 2

Por Rodrigo Martín

 

El Cráter perdido. Protagonistas: “El alemán”, “La sureña” y “El alumno”

Cuando a uno le proponen viajar a Patagonia ocurre algo mágico: la mente vuela y sueña con regiones boscosas, con montañas increíbles y con un clima seco, fresco y adorable. Piensa en travesías fantásticas en senderos olvidados, en grandes y hermosos glaciares, en una foto digna de ser fondo de pantalla. Bueno, digamos que poco pudo estar más alejada la primera parte de esta campaña patagónica de aquellos sueños de novato…

Resulta que Patagonia, y puntualmente Patagonia Austral, no es tan fértil como uno recuerda, incluso en general uno podría decir que no es fértil. Y es que el área de semi-desierto a la que llamamos Estepa Patagónica ocupa más del 90% de la región… Por otro lado, tampoco puedo decir que en mi viaje vi grandes montañas, ya que esta región es caracterizada por eternas planicies atravesadas por pequeños (y aburridos) valles…Y, ¿para qué hablar de los glaciares? Que a esta altura ya se imaginaron que ni vi…

Pero salvando esos detalles, una campaña por la Estepa patagónica puede ser muy divertida. Paisajes inhóspitos, ovejas, lagunas perdidas, ovejas, una camioneta, más ovejas y 2,5 científicos (2 científicos y yo, un alumno). Un abril fresco que invitaba al agua a congelarse, un viento malhumorado y una misión: tomar datos y muestras de todos los cuerpos de agua posibles. Arroyos, lagunas, lagos, charcos y cualquier humedal que se haya podido ver en una imagen satelital se encontraría marcado en el mapa como un posible destino, como un próximo horizonte.

Como parte de esta búsqueda interminable de agua, nos encontramos en viaje a una meseta patagónica (una superficie aburridamente plana y alta, en este semi-desierto). Tras 5 horas de viaje (al fin) habíamos llegado a una “estancia”. En ella vivía un pastor que nos daría permiso para muestrear en la laguna. Bajé contento por poder tocar tierra firme y prepararme para el trabajo (en este caso solo debíamos tomar sedimentos desde la orilla y medir la temperatura, el pH y la salinidad de la laguna). Pero, para mi sorpresa, parecía no haber ninguna laguna ni curso de agua cerca. Cuando me arrimo a preguntar, el alemán ya estaba despidiéndose del pastor y subiendo a la camioneta: algo no estaba bien.

Un ruta maltrecha, la camioneta y uno de los primeros ríos que visitamos.

Rápidamente me subo yo también (lo único que faltaba era que se olviden de mí) para descubrir que aún debíamos seguir viaje. El destino: una laguna que se encontraba en un cráter. Empezamos a subir, y a subir, y a subir por esta meseta que cada vez se hacía más alta; hasta que por fin (tras otra hora y media) se detiene la camioneta. La sureña me explica que teníamos que caminar aún unos 5 km para llegar a la laguna. Yo asentí con la cabeza y empecé a sacar todo lo que tenía en mi mochila (mis medias, remeras y toda mi ropa, las galletitas, la foto de mi mamá, la mantita de la suerte, etc.) para llenarla sólo de lo importante: los equipos de medición. Bajamos y caminamos los infinitos 5 km guiados tan sólo por un GPS en un ambiente completamente monótono.

Ya en la orilla del cráter descubrí que la travesía podía empeorar: toneladas de gigantescas rocas afiladas tapizaban la pendiente, como dientes en la boca de un enorme tiburón. Bajamos sin grandes problemas (la gravedad ayudó un poco). Al bajar descubrimos un paisaje posiblemente olvidado: una gran laguna azul rodeada de verdes arroyos lo embellecía todo. Como se imaginarán ya era tarde y empezaba a oscurecer. Armamos las carpas (tuvimos que sujetarlas muy bien a algunas pesadas rocas para que soporten el viento patagónico) y luego nos preparamos para cocinar. Al finalizar la cena la oscuridad se había devorado todo y esa suave briza fresca se había transformado en unas heladas ráfagas de viento. Esa noche no se durmió; el frío era malvado, y el viento (furioso) deformaba la carpa haciendo que nos golpease una y otra vez. A la mañana siguiente -finalmente- pudimos acercarnos a la laguna y tomar las dichosas muestras de agua, vegetación y sedimentos. Ya para el mediodía teníamos todos los datos tomados y estábamos listos para partir…

Llegando a la base del cráter, laguna Chaltel, Estepa patagónica.

Pero, pero, pero, el alemán descubrió en su mapa que había marcada una laguna “cerca” y nos propuso ir… Yo respiré y asentí (sinceramente solo quería ir a la camioneta a dormir). Dejamos todo dentro de la carpa, después de todo la laguna estaba muy “cerca” y podríamos ir y volver a buscar el equipamiento antes de que oscureciera. Como la laguna estaba “CERCA” me dejé puesto el caluroso equipo de neoprene (que utilizamos para muestrear) y me dispuse a subir la terrible pendiente [Aclaración 1: el neoprene no es un buen material para escalar entre rocas infernales]. La laguna se llamaba Los Flamencos y no estaba tan “cerca” [Aclaración 2: el “CERCA” fueron 3 km]. Al llegar el cuerpo de agua, éste era un charco rodeado de arenas movedizas protegidas por ráfagas de viento muy fuertes. Luego de varios intentos de muestreo encontramos una solución de película: para tomar muestra de agua y sedimento de la laguna me arroje al suelo y fuí reptando sobre las arenas procurando que no me traguen (Sí, reptando, no fue un error de tipeo). Tomé un poco de agua y sedimento de la “laguna” y volví [Aclaración 3: no fue tan fácil, casi pierdo la pierna y el equipo en las arenas movedizas]. Pero, ¡lo logramos!

Luego la vuelta estuvo algo más aburrida: viento a favor, un puma, la sureña que se perdió durante unas 2 horas, la noche, el frío de un abril patagónico y el risco cargado de rocas en bajada y subida. Finalmente llegamos a la camioneta y nos pusimos a andar de regreso a la civilización, y yo… a dormir (un premio más que agradable tras esos 2 días).

Tras despertarme, concluí lo mismo que cada día de campaña: no me importa nada, voy a volver a cruzar cada arena movediza, batallar con cada puma, aburrirme de ver la misma estepa, y a escalar “enneoprenado” cualquier cráter con tal de seguir haciendo ciencia.

Continuará…